RESEÑAS BIOGRÁFICAS DE FIGURAS SIGNIFICATIVAS EN LA HISTORIA DE CUBA

Raúl Quintana Suárez
Bernardo Herrera Martín

Manuel Corona

De padre mambí, Corona nació el 17 de junio de 1880, en la villa de Caibarién, provincia de Las Villas, pero a mediados de la última década del XIX, todavía adolescente, buscó mejor suerte en La Habana, donde desempeñó los trabajos más modestos en el taller de cigarros La Eminencia. Con el tiempo alcanzaría notable habilidad en el torcido de tabacos, al igual que con la guitarra, que ya lo acompañaba. Manuel Corona es valorado como uno de los cuatro grandes de la canción trovadoresca cubana, junto a los santiagueros Sindo Garay (autor de La tarde, Perla marina, Mujer bayamesa...), Alberto Villalón (Boda negra, La palma herida, Me da miedo quererte...) y Rosendo Ruiz (Falso juramento, Confesión, Presagio triste...), aunque quizá de entre todos sea quien más perdure a través de algunas de sus canciones, que conservan el encanto de las viejas postales: Mercedes, Aurora, Santa Cecilia y de manera muy especial la popularísima Longina, de 1918. De 1900 data su bolero Doble inconsciencia y dos años después ocurre en Santiago su encuentro con el maestro José Pepe Sánchez, uno de los cultores primeros del bolero y padre de la canción trovadoresca cubana Significativa también sería su relación con Sindo Garay y los hijos de éste: Guarionex, Hatuey y Guarina, insertados todos en el contexto de la creación musical. La mujer, el amor, la guitarra, el desengaño, fueron los temas recurrentes en la obra del trovador de Caibarién, quien tuvo en María Teresa Vera y Rafael Zequeira a los mejores difusores de su obra. El catálogo de Manuel Corona se nutre con números como Adriana, Graciella, Confesión a mi guitarra, Una mirada, Las flores del Edén, las guarachas Acelera, El servicio obligatorio, etcétera. Cultivó el bolero, la criolla, la guaracha, el punto cubano, la romanza. Sin embargo, el artista jamás lucró con sus composiciones. Al contrario, bohemio impenitente, noctámbulo y rebelde, rechazó cualquier desempeño que representara ataduras a su libre expresión musical o que restringiera su modo de vida. El rostro enjuto, el color cetrino, el traje desgastado, la mirada perdida, el organismo envejecido por la anarquía completa en cuanto a horarios y el descuido de la salud. Manuel Corona, no fue un ejemplo de la mejor ni más saludable manera de vivir. Las canciones suyas, así como las de los primeros autores genuinamente cubanos y populares, permanecen vivas en la acción renovadora de las sucesivas trovas (la nueva, la novísima, la postrova, o cualquier otra), continuadoras de una obra que enriqueció el patrimonio nacional. En el inhóspito cuarto situado al fondo de un bar de Marianao, el 9 de enero de 1950 en La Habana, entre desoladora miseria, murió el compositor Manuel Corona.

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